sábado, 17 de diciembre de 2011

Estaba oscuro, casi tanto como la boca del lobo o incluso más.
Nadie sabría decir exactamente que clase de lugar era aquel, ni siquiera catalogarlo de forma alguna.
Rumor de olas y puntos destelleantes en el horizonte. Frio de mil demonios.
Tenían las manos entumecidas y se las frotaban sin pausa, sus ojos continuaban entrecerrados a causa del cansancio mientras caminaban por aquel sendero pedregoso.
Nada más que el sonido de las piedrecitas bajo sus pies y de aquel mar negro, tan negro como la noche sin estrellas que los atrapaba.
Ni una luz que pudiese guiarlos por aquel sendero, mientras que de vez en cuando, alguno maldecía por lo bajo cuando alguna rama se topaba con sus inseguros pasos.
El sendero comenzaba a ascender por una ladera rodeada de tupidos árboles que no dejaban ni que la casi inexistente luz de la luna penetrase en sus copas. Las olas dejaron de rugir y comenzaron a mascullar. Un creciente viento gélido les azotó la cara mientras seguían subiendo, con el sonido de sus pasos sobre las ramitas caidas como único acompañamiento. De vez en cuando los sonidos de los animales en aquella oscuridad resultaba inquietante.
De pronto un gran destello. Apurando el paso salieron de aquel bosque y se toparon con lo que llevaban tanto tiempo buscando. Estaban exhaustos y helados, pero había merecido la pena.
Un colosal faro que desperdigaba destellos ante aquel infinito mar se erguía ante ellos.
Con ojos centelleantes y paso decidido caminaron hacia él. Sabían que habían llegado.